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Pan de la Palabra


22 Octubre 2022

  • Feria o Memoria libre - Semana 29ª del Tiempo Ordinario
  • Verde / Blanco
  • SAN JUAN PABLO II, PAPA

PRIMERA LECTURA

De la Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 7.11-16

Hermanos: Cada uno de nosotros ha recibido la gracia en la medida en que Cristo se la ha dado. Él fue quien concedió a unos ser apóstoles; a otros, ser profetas; a otros, ser evangelizadores; a otros, ser pastores y maestros. Y esto, para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a estar unidos en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo. Así, ya no seremos como niños, zarandeados por las olas y llevados de un lado para otro por el viento de cualquier doctrina, a merced de hombres malvados y astutos, que conducen engañosamente al error. Por el contrario, viviendo sinceramente en el amor, creceremos en todos los sentidos, unidos a aquel que es la cabeza: Cristo. De Él, todo el cuerpo recibe su organización, su cohesión y su vida, según la actividad propia de cada una de las partes, y así el cuerpo va creciendo y construyéndose por medio del amor.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL
Salmo 121

R. Vamos a la casa del Señor.

 ¡Qué alegría sentí cuando me dijeron: / “Vayamos a la casa del Señor”! / Y hoy estamos aquí, Jerusalén, / jubilosos, delante de tus puertas. R/.
• A ti, Jerusalén, suben las tribus, / las tribus del Señor, / según lo que a Israel se le ha ordenado, / para alabar el nombre del Señor. R/.

 

EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Lucas 13, 1-9

En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”. Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupar la tierra inútilmente?’. El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’”.

Palabra del Señor.

 

 

LECTIO DIVINA

PARA MEDITAR

• Los sacramentos de la vida cristiana piden de todos una fe personal, práctica y consecuente.

 

Es obvio que la conversión es siempre del pecado, que es el mal radical, a Dios, que es el bien supremo. Pero el pecado en abstracto no es asible; lo que cuenta es el agente de pecado, es decir, la persona, nosotros. Según esto, lo primero que debemos cambiar es nuestra manera de pensar y sentir, para asimilar los criterios de Jesús y su estilo de conducta, tal como lo expresó en todo el conjunto de su vida y doctrina; por ejemplo, en las bienaventuranzas. Así convertiremos el corazón al desprendimiento y la fraternidad, la paz y la concordia, la misericordia y el amor, la limpieza de corazón y la alegría, la generosidad y la esperanza.

 

No se trata de que cambien los demás; somos nosotros, cada uno, los llamados a reforma. Y no basta tranquilizarnos con la crítica y la denuncia de la culpabilidad ajena. Jesús dijo: “Si no se convierten, todos perecerán de la misma manera”. Percibamos, no obstante, esta urgencia de la conversión no como una fría amenaza, sino como una invitación liberadora.

De un corazón convertido a los valores del Reino de Dios y del Evangelio brotarán lógicamente los frutos visibles de una conversión que toca la realidad de la vida. Pues el Reinado de Dios no es espiritualismo etéreo y barato, sin incidencia en la vida de los hombres.

 

Y no olvidemos que una auténtica conversión es un proceso continuo; no es un dato instantáneo, puntual y de una vez por todas, sino que requiere un crecimiento ininterrumpido y ascendente. Para eso contamos con la ayuda del Señor.

 

para reflexionar

• ¿Nos sentimos unidos a la Iglesia con el servicio específico que podemos prestar en ella? ¿Cuáles son los frutos que hemos producido hasta hoy?

 

ORACIÓN FINAL

Queremos convertirnos, Señor, a los valores del Reino: desprendimiento, fraternidad, paz, misericordia, limpieza de corazón, generosidad y esperanza. Así seremos hombres y mujeres nuevos, hijos de tu ternura, hermanos de los pobres y discípulos de Cristo guiados por su Espíritu. Amén.

 


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