PRIMERA LECTURA
De la Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 4, 19-25
Hermanos: La fe de Abrahán no se debilitó a pesar de que, a la edad de casi cien años, su cuerpo ya no tenía vigor, y además, Sara, su esposa, no podía tener hijos. Ante la firme promesa de Dios no dudó ni tuvo desconfianza, antes bien su fe se fortaleció y dio con ello gloria a Dios, convencido de que Él es poderoso para cumplir lo que promete. Por eso, Dios le acreditó esta fe como justicia. Ahora bien, no solo por él está escrito que “se le acreditó”, sino también por nosotros, a quienes se nos acreditará, si creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos, en nuestro Señor Jesucristo, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Lucas 1, 69-70.71-72.73-75
R/. Bendito sea el Señor, Dios de Israel.
• El Señor ha hecho surgir a favor nuestro / un poderoso salvador en la casa de David, su siervo. / Así lo había anunciado desde antiguo, / por boca de sus santos profetas. R/.
• Anunció que nos salvaría de nuestros enemigos / y de las manos de todos los que nos aborrecen, / para mostrar su misericordia a nuestros padres / y acordarse de su santa alianza. R/.
• El Señor juró a nuestro padre Abrahán / que nos libraría del poder de nuestros enemigos, / para que pudiéramos servirlo sin temor, / con santidad y justicia, / todos los días de nuestra vida. R/.
EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?”. Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. Después les propuso esta parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’. Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.
Palabra del Señor.
LECTIO DIVINA
PARA MEDITAR
• La cuestión que nos plantea hoy Jesús es ser ricos o pobres ante Dios, es decir, la actitud evangélica ante los bienes materiales, pocos o muchos, que poseemos. No coincide el concepto de pobreza y riqueza que Dios tiene con el que nos hacemos comúnmente.
Lo mismo que todos queremos ser felices, todos deseamos ser ricos. Es lo que también quiere Dios: que todos sus hijos vivan bien, sin que les falte lo necesario, pues la miseria material no es un bien en sí misma. Por tanto, el bienestar no es una aspiración despreciable, con tal que no se logre a costa de otros valores superiores, tales como la libertad de espíritu, la disponibilidad, apertura y confianza en Dios, el compartir con los que no tienen, el respeto a los derechos de los demás, el sentido de la justicia social y de la responsabilidad cívica, la caridad y el desprendimiento de lo superfluo para uso de los demás, en especial de los más pobres.
● La idolatría consumista. Es universal la tentación del consumismo, pues vivimos alienados por una sociedad de consumo que prima el tener sobre el ser. Por eso casi nadie se libra de ser manipulado por la propaganda del bienestar que cifra la felicidad humana en la opulencia, en producir y consumir, tener y gastar y poder equilibrar los ingresos con un abultado régimen de gastos.
La sociedad occidental es una fábrica de sueños para “ricos insensatos” de hecho o de deseo, pero empobrecidos interiormente, drogados por la codicia y el afán de poseer, sumisos adoradores del dios dinero. En el fondo de todo esto subyace un enorme error: se identifica el ser persona con el tener bienes y cosas. De esta forma la personalidad y la felicidad se supeditan al tener y al consumir, gastando no solo en las necesidades perentorias y razonables, sino también en las ficticias y artificiales.
para reflexionar
• En mayor o menor medida todos corremos el peligro de ser “necios”, según el baremo de calificación de Jesús. Coloquémonos por un momento al final de nuestra vida: ¿Qué podemos llevarnos sino lo que hayamos invertido en el amor a Dios y al prójimo? “Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.
ORACIÓN FINAL
Señor, queremos compartir nuestro pan con los demás, invirtiendo nuestros haberes en los más pobres. Así seremos ricos ante ti con el secreto tesoro de la felicidad: amar a Dios y a los hermanos. Amén.
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